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domingo, 14 de febrero de 2010

¿Es Roger Federer un Dios?

¿Es posible que Roger Federer sea un Dios? La pregunta empezó a escucharse con fuerza en el 2009, después de su título de Grand Slam número 15, al vencer en la final de Wimbledon a Andy Roddick en un partido que quedará en la historia (16-14 en el quinto set), logrando superar al gran Pete Sampras, con quien hasta ese momento compartía el récord de 14 campeonatos.

A partir de ese momento, empezaron a llegar rumores sobre este nuevo Dios, que crecía en fieles seguidores y despertaba las más fanáticas pasiones. Al mismo tiempo, las estadísticas mundiales confirmaban que la religión católica había empezado a perder feligresía en diversos países del mundo, principalmente en los hispanos.
Esto no podía ser coincidencia.
¿Sería Roger el responsable directo?



Como analista del deporte, no podía quedarme con esa duda, por lo que decidí, a fines del 2009, planificar mi viaje a Australia y poder estar presente en el primer Grand Slam del año, el Australian Open. Era necesario vivir esta fiebre religiosa en uno de sus centros neurálgicos.

Como era de esperarse, al iniciarse el torneo, Roger envió de vacaciones anticipadas a Andreev, Hanescu, Montañes, Hewitt y Davidenko, simples mortales que no tuvieron opción al enfrentarse a esta deidad tenística.
Con Tsonga, en semifinales, Federer tuvo un partido de entrenamiento, como si hubiese estado calentando para la gran final.

El día de la final me desperté temprano para vivir la previa del partido. Federer tendría la oportunidad de conseguir un título más de Grand Slam frente al escocés Andy Murray.
Mientras caminaba hacia el Rod Laver Arena, pensaba que si fuera cierto lo de su condición de Dios, Murray no tendría ninguna opción.



Al llegar a las afueras del recinto tenístico, sentí el placer de apreciar la gran cantidad de fanáticos de diversas partes del mundo, quienes han logrado que el deporte blanco pase a ser un deporte de gran colorido, tanto en vestimentas como en sus diferentes expresiones artísticas. Estuve dando vueltas por los exteriores del complejo deportivo hasta que me detuve bruscamente al darme cuenta de que había un grupo numeroso de fanáticos que se encontraban sentados formando un círculo. Debido a la posición de las manos y las cabezas, parecía que estaban rezando. Me acerqué a ellos. La gran mayoría tenían aspecto latino y cuando estuve lo suficientemente cerca logré escuchar claramente sus palabras, las cuales se pronunciaban al unísono:
- “Roger nuestro, que estás en el tenis”
- “Santificada sea tu Wilson”
Me quedé atónito y me limité a seguir escuchando. La oración continuaba.
- “Venga a nosotros tus aces”
- “Hágase tu voluntad”
- “En la tierra como en el césped”
No puedo expresar lo que sentía, pero en algún momento, mientras escuchaba esas palabras, sentí que mi cuerpo se llenaba de fe.
- “Danos hoy nuestro Slam de cada día”
- “Y perdona a tus retadores,”
- “Como también nosotros los perdonamos”
- “No te dejes caer en el ranking y líbranos de tus lesiones”
- “Amén”.

Cuando terminaron, todos se levantaron, sacaron sus entradas de los bolsillos y empezaron a caminar hacia la entrada del Rod Laver Arena. Me dirigí al que parecía ser el líder, para preguntarle:
- Disculpa, ¿qué fue todo eso?
- El Roger Nuestro -me respondió.
- Se parece mucho al Padre Nuestro de la religión católica -le comenté.
- Te equivocas -respondió-. El Padre Nuestro de la religión católica se parece mucho al nuestro.
Seguí caminando junto a él.
- Sé que hay muchos escépticos, como tú por ejemplo -me dijo mientras seguía caminando hacia la entrada-. Solo te pido que veas la masacre que habrá hoy, como clara muestra de la grandeza celestial de nuestro Dios. Después analiza un poco las estadísticas. Y saca tus propias conclusiones.

Se alejó. Estuve un rato más reflexionando, caminando sin un rumbo específico hasta que decidí ingresar al Rod Laver Arena. Era hora de ver el partido.
Lo demás ya es historia. Roger Federer ganó el partido casi sin sudar y logró continuar batiendo su propio récord al conquistar su Grand Slam número 16. Fui testigo privilegiado de la grandeza del mejor jugador de todos los tiempos.



Mientras salía del recinto deportivo, caminando hacia la búsqueda de un taxi que me regrese al hotel, repasé mentalmente las estadísticas y números que en ese momento recordaba:
- 16 Grand Slams
- 237 semanas consecutivas como número uno del mundo.
- 23 semifinales consecutivas de Grand Slam.
- Jugó 18 de las últimas 19 finales de Grand Slam.
- 5 veces consecutivas ganador de Wimbledon.

Fueron solo algunos de los números que pasaron por mi cabeza. Me puse a analizar que nunca había conocido a un deportista tan dominante en algún deporte.
Siempre tendríamos la eterna polémica entre Pelé y Maradona. Los especialistas nunca se pondrán de acuerdo con Babe Ruth y Barry Bonds. Lo mismo sucederá con Montana, Marino y probablemente Brett Favre. Tiger Woods vs. Jack Nicklaus. Michael Phelps vs. Mark Spitz.

Tal vez Michael Jordan sea lo más parecido a Federer. Sin embargo, ya hay muchos que comienzan a comparar a Air Jordan con el probable futuro mejor jugador de la historia, Lebron James. Además, siempre estará Wilt Chamberlain con sus astronómicas estadísticas.

En el caso de Roger, por el contrario, hasta el momento no existe ningún valiente sacrílego que se atreva a poner en duda la grandeza de este nuevo Dios, que ha tenido un dominio impresionante de este hermoso deporte desde el año 2004 y que cada semana que pasa congrega una mayor cantidad de fanáticos.

Mientras me acercaba al taxi, que finalmente pude conseguir, mi corazón se llenaba violentamente de fe. Abrí la puerta del auto y antes de subir, mientras veía a gran distancia la bella iluminación del Rod Laver Arena, pronuncié la única palabra que en esos momentos el cuerpo me permitió decir:
Amén.